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El cine que nadie se atreve a mostrar: “PUTAS” llegó para romper esquemas

En el corazón de Buenos Aires, una película se atreve a mirar donde la sociedad elige desviar la vista. No es un relato, sino un latido. “Putas”, el film de Demian Alexander, no es una cinta sobre la prostitución: es un puñetazo de sensibilidad y política que transforma el cuerpo, socialmente abyecto, en una bandera de resistencia. Olvídate del morbo fácil o la redención hollywoodense; aquí, el abismo no es una metáfora literaria, es la vida misma, donde el deseo, la necesidad y la violencia se confunden hasta volverse la única forma de respirar.

Presentada en la DAC, la obra es una herida abierta basada en la pieza teatral homónima de 2018. Seis voces, seis universos, componen un retrato coral que rehúye la explicación para zambullirse en la experiencia sensorial. Rubí, Alma, Gigi, Amor, Carla y Estrella son los nombres de esta constelación de vulnerabilidad.

Demian Alexander, con una lucidez quirúrgica, nos coloca justo en el centro de lo que Michel Foucault llamó “el cuerpo como campo de poder”. La cámara no juzga, sino que encarna. En la piel de Rubí (Esmeralda Mitre), la melancolía se poetiza entre luces de neón azul y rojo; en Alma (Vanesa González), la droga se confunde con la ternura fugaz de un cliente (Carlos Belloso); Gigi (Carolina Mazzitelli) es el reflejo crudo de la supervivencia al proxenetismo (Roly Serrano).

La película es un caleidoscopio emocional donde cada gesto es un acto de lenguaje. La estética es profundamente performativa. No solo las actrices, sino la iluminación opera como una gramática: el rojo arde como un grito, el amarillo consuela como una promesa rota y el negro condena sin apelaciones.

En esta narrativa fragmentaria y sensorial, la música de Diego Frenkel no es un mero acompañamiento; es la respiración agitada del relato, haciendo de la experiencia algo sinestésico. Resuena aquí la idea de Gilles Deleuze de la “imagen-tiempo”: un cine que se detiene, que piensa más que simplemente cuenta.

El film se sienta a dialogar, sin pedir permiso, con las ideas más punzantes de Judith Butler y Julia Kristeva: lo precario, lo expulsado, lo abyecto. “Putas” nos obliga a mirar desde adentro, poniendo en juego ese capital simbólico del que hablaba Pierre Bourdieu: el poder de transformar lo socialmente despreciado —el cuerpo enajenado— en un objeto de reflexión estética y política de primer orden.

Un cigarro compartido, el acto de lavar unos pies o un abrazo inesperado se convierten en signos de dignidad inapelable. No hay una redención fácil en este camino oscuro, solo una inmensa y dolorosa humanidad. Como señalaba Freud, el deseo es tanto herida como motor. Y el cine, en su forma más honesta, es siempre un acto de revelación.

“Putas” examina la tensión constante entre la representación y la experiencia vivida. Su potencia crítica reside en esa frontera afilada: allí donde el arte no se conforma con explicar la realidad, sino que tiene el coraje y la crudeza de hacerla visible.

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