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Una ciudad en pausa: así se presentó "Aquella parte del todo", el libro con el que Rubén De la Torre detuvo el tiempo

Por JotaPosta

El reloj acusaba, incorruptible, las cinco y media de la tarde de un viernes que podía ser cualquier otro de los que abundan en un almanaque. En la ciudad, el ruido es idioma: bocinas impacientes, colectivos resoplando como bestias cansadas, pasos apurados contra el asfalto caliente. Allí, sobre la calle Pacheco de Melo, donde Buenos Aires aún cree estar despierta del todo, un grupo de personas cruzaba el umbral de uno de los auditorios de Argentores sin saber que, en unas horas, saldría transformado. No por un truco. Por algo más simple, más profundo: el poder del arte.

En uno de los auditorios más modernos de la Sociedad General de Autores de la Argentina, donde el cemento y la madera parecen saber escuchar, se presentó “Aquella parte del todo”, el nuevo libro del multifacético Rubén De la Torre. Autor, actor, director, artista plástico, docente, gestor cultural; no hay etiquetas que le alcancen, y sin embargo las abraza a todas con la naturalidad del que vive la creación como una forma de respirar.

La jornada tuvo algo de ceremonia, algo de fogón y algo de juego. Mauro Álvarez —artista, actor, locutor y profesor de educación física— ofició de anfitrión con soltura y sensibilidad, guiando al público por un recorrido íntimo por la vida y la obra de De la Torre.

Mientras afuera seguía el caos; adentro, lentamente, los relojes se desajustaban. Las anécdotas se sucedieron como piezas sueltas de un rompecabezas vital: el origen de cada texto, los dolores y euforias que los parieron, el proceso de corrección obsesiva, el placer de verlos en escena, la necesidad de reunirlos hoy en papel.

El libro compila cuatro obras: Cambios, Walter, Los Asesinos de Ramírez y Los Mejores. Hay una historia de amor nacida en plena pandemia, un monólogo psicológico que quiebra el espejo del cotidiano, un policial con alma de tango, un thriller que desafía al espectador. Pero lo que las une no es el género, sino la mirada: todas ellas sumergen al lector en la mente de personajes aparentemente simples enfrentados a circunstancias extremas, donde el teatro se vuelve disección emocional y juego estructurado.

La dramaturgia de Rubén De la Torre —como bien señala Javier Daulte en el prólogo— se define por su búsqueda rigurosa de teatralidad y su capacidad de asombro. No escribe para contar historias: escribe para que esas historias solo puedan ser contadas en teatro, con su lenguaje singular, exacto y complejísimo. Y lo hace con ese toque de trampa deliciosa que nos vuelve niños: nos engaña y nos encanta a la vez.

La velada ofreció momentos de una magia poco frecuente. Actores, directores y amigos se subieron al escenario junto al autor para leer fragmentos de las obras. Pero no fue una simple lectura: fue un homenaje vivo al viejo radioteatro, ese arte que sabía construir mundos enteros con solo una voz y una pausa. Las palabras flotaban en el aire y, por un instante, la imaginación del público se volvió escenografía, vestuario y movimiento. El teatro sonó en los oídos, vibró en las gargantas, latió en las butacas.

Entre relato y relato, la banda “Rudimentales” —con su mezcla de ska, reggae y dub— le puso ritmo y respiro a la noche. Una suerte de pulmón musical entre las emociones, que evitó solemnidades sin perder profundidad. Porque Aquella parte del todo no es un libro solemne: es un libro vivo. Un objeto que guarda obras pero también las libera, que permite que el teatro se multiplique más allá de las salas y los escenarios.

Publicar teatro en papel es, en estos tiempos, casi un acto militante. Es una manera de garantizar que las historias sobrevivan, que se propaguen en otras formas, que alguien las descubra en una biblioteca, en una valija, en una mesa de café. Y es también una manera de celebrar que el teatro sigue vigente. Que sigue conmoviendo, sorprendiendo, interpelando. Que sigue, como Rubén De la Torre, buscándole nuevas formas al asombro.

Así se sintió lo vivido en Argentores. Es que, mientras Buenos Aires se despeinaba a metros del hall de entrada: un paréntesis. Un mundo alternativo. Una burbuja de humanidad suspendida en otro tiempo, donde el arte, la palabra y la emoción pudieron ser centro sin distracciones. Un recreo para el alma en medio del bullicio urbano.

Pero como todo hechizo, tuvo su final. Cerca de las nueve, las puertas se abrieron y el aire cálido de la calle volvió a filtrarse. Los colectivos seguían allí, los taxis, las veredas rotas, el semáforo intermitente. La ciudad no se había enterado de nada. Y sin embargo, quienes emigraron de ese auditorio lo hicieron distinto. Ligeramente conmovidos, silenciosos, con una sensación difícil de nombrar. Como quien vuelve de un sueño y tarda en recordar su nombre.

Aquella parte del todo no es solo un título. Es un portal. Una declaración. Porque cuando el arte se entrega con honestidad y belleza, se vuelve todo. Aunque venga disfrazado de libro.

Fotos: Vero Bellomo| Prensa: KassPress

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