La Ciudad cambió de colores: Adorni, Milei y el ocaso amarillo
La Ciudad de Buenos Aires ya no es amarilla.
Ni en sus votos, ni en sus comunas, ni en su identidad política.
Este domingo, el mapa porteño amaneció dividido entre el violeta libertario y el verde de “Santoro”, dejando fuera de juego al color que durante casi dos décadas definió el pulso del poder: el PRO.

La elección legislativa marcó el peor resultado en años para el macrismo, otrora amo y señor del tablero porteño. Ni siquiera el peso simbólico de figuras como Silvia Lospennato logró evitar el desplome: apenas un 16% de los votos. Tercer puesto. Sabor a derrota.
Una Ciudad sin una sola comuna amarilla, que ya no responde a las lógicas del 2007, ni al encanto de los globos, ni al orden cómodo del statu quo.
Manuel Adorni, vocero presidencial, rostro duro de la Casa Rosada, se alzó con el 30% y una victoria que selló con una palabra seca y quirúrgica:
“Fin”.

Y con una imagen: al lado de Karina Milei, la arquitecta silenciosa del poder libertario, que eligió no eludir la provocación:
“Éramos los únicos capaces de ganarle al kirchnerismo. Hoy lo demostramos.”
Pero… ¿a quién le ganaron, realmente?
Porque si bien los libertarios ocuparon el lugar que dejó vacío el PRO, no derrotaron al kirchnerismo en CABA: apenas lo enfrentaron en un territorio históricamente ajeno al peronismo. La candidatura de Leandro Santoro, con un sólido 27%, resistió en barrios donde la política no se mide por slogans, sino por el precio del alquiler, el colectivo que tarda, la salita que no da abasto.
En el sur de la Ciudad, donde la necesidad es más cruda, donde la desigualdad se palpa con la vista, el voto fue verde. Santoro se impuso en los márgenes de la Capital, donde el discurso de la libertad no siempre llega, o llega sin respuestas.
Y aún así, hubo algo más ruidoso que el resultado: el silencio de quienes no votaron.
Casi un millón de porteños y porteñas eligieron no acercarse a las urnas.
Una ausencia que también es presencia, que habla de hastío, de indiferencia, de bronca, de no encontrar ninguna voz que los represente.
Son el partido invisible, el que no encabeza listas ni aparece en los spots, pero que marca con fuerza el desencanto con todo.
¿Y ahora?
La frase de Karina Milei puede leerse como un anticipo o como una exageración. Tal vez ambas. Porque ganarle al PRO en CABA no es ganarle al kirchnerismo en Argentina. Y menos aún a Cristina Fernández de Kirchner, cuya figura sigue orbitando fuera de estos mapas.
Esta elección puede ser un hito local, sí. Pero Argentina no es Palermo. Ni Recoleta. Ni Twitter.
Lo cierto es que la Ciudad cambió. Cambió de color, cambió de centro, cambió de hegemonía. Lo que queda por verse es si ese cambio también arrastra ideas, o si es apenas una reconfiguración estética del mismo desencanto.
Porque en una ciudad sin amarillo, el violeta y el verde se disputan el relato. Y la verdadera batalla no es por los votos. Es por el sentido.


